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jueves, 4 de marzo de 2010

DEMASIADO DURO PARA MORIR – PARTE 1 (experiencia personal con el pasado terremoto en Chile)


Bolsi & Pulp (el otro blog donde trabajo y que es de literatura) pronto cumplirá tres años de vida y mucha gente aún ignora que se trata de un blog chileno.

Quizás en muchas partes del mundo no lo sepan, pero Chile es un país demasiado duro para morir. A lo largo de sus 200 años de independencia, Chile ha sido golpeado con incontables catástrofes naturales, infinidad de problemas políticos, económicos y sociales. Una y otra vez hemos caído, pero como todos sabemos muy bien, lo que no te mata te hace más fuerte, así que una y otra vez nos hemos puesto de pie, demostrando con ello, que somos un país demasiado duro para morir.

Pues bien, hace pocos días una horrible catástrofe ocurrió en mi país.

Con todo respeto a los seguidores del blog, les quiero contar mi experiencia personal con el terremoto de 8,8 grados en la escala Richter, que ocurrió durante la madrugada del sábado 27 de febrero del presente año 2010 en el último país del mundo.

Chile es uno de los países más sísmicos del planeta. Cada un promedio de 10 años ocurre un terremoto. De hecho tenemos el record mundial con el terremoto más grande de la historia, ocurrido en Valdivia en el año 1960 con 9.5 grados Richter, aunque algunos sismólogos aún dicen que fue de 9.8 grados. Dicho terremoto alcanzó una duración de diez minutos, produjo un enorme maremoto y tres tsunamis que hundieron la casi totalidad de Valdivia y arrastró embarcaciones completas al centro de la ciudad.


Valdivia después de su terremoto en 1960.

Recuerdo el terremoto de Santiago en el verano de 1985. Nunca lo olvidaré, yo tenía siete años y jamás antes había presenciado ni tan siquiera un temblor. Me encontraba jugando en la plaza con mi hermano menor y cuando empezó el terremoto, mi hermano y yo pensábamos que un camión grande pasaba en ese momento por la calle cercana y a causa de éste se movía el piso y escuchábamos tanto ruido.

No transcurrió ni un minuto cuando mi padre llegó corriendo a la plaza muy asustado y nos tomó a cada uno con una mano suya, mientras decía: “persígnense mijitos, que esto es un terremoto”. Camino a casa, vimos como un árbol de mediano tamaño y un poste de luz caían al suelo.

Al llegar a casa, ya todo había terminado. Por suerte nuestra vivienda, era una sólida construcción que no sufrió daño alguno. Aquel terremoto no alcanzó a durar dos minutos y fue de 7,8 grados Richter, aunque algunos recientes estudios hablan de 8,0 grados.

Santiago después del terremoto en 1985.


A lo largo de mi vida presencié varios temblores y otros pocos terremotos como el de Iquique en 1987 con 7,3 grados Richter, el de Antofagasta en 1995 con 8,0 grados, el de Punitaqui en 1997 con 6.8 grados o el de Tarapacá del 2005 con 7,8 grados. Todos fuertes, pero con pocas consecuencias graves y muy pocas victimas humanas. Además, todos bordeaban el minuto de duración.

Pero lo que viví el sábado 27 de febrero, supera todo lo que yo había antes visto.

Mientras escribo estas líneas, se me viene a la memoria unas sabias palabras que hace años me dijo un anciano: “Prepárate cada vez que tengas una gran alegría, porque la vida después de una enorme felicidad, nos golpea con un enorme dolor”. Y al parecer el tiempo le ha dado la razón a las palabras del anciano.

A principios de febrero me encontraba extenuado con mis trabajos, tanto en el de mis blogs (Bolsi & Pulp y Odiseo Rock) como en mi trabajo diario habitual. Y las vacaciones a mediados de ese mes, fueron una bendición para descansar y relajarme.

A los pocos días, viajé con un primo al sur de Chile. Nos instalamos en la precordillera de linares, en una cómoda cabaña en medio de un hermoso valle tranquilo, solitario y rodeado de cerros. Teníamos cerca un río y a una hora y fracción de caminata, llegábamos a unas espectaculares cascadas. Respirábamos aire puro, estábamos desconectados de la civilización y teníamos mucha paz y tranquilidad.

Así transcurrieron ocho hermosos días, donde disfrutamos a solas de la naturaleza. Nos habríamos quedado más tiempo, pero teníamos asuntos pendientes que tratar en Santiago y volvimos el jueves 25 de febrero en la tarde.

En un hermoso valle, rodeados de cerros, mi primo y yo disfrutábamos de la naturaleza del sur de Chile en nuestras vacaciones.

A hora y fracción de caminata, llegábamos desde nuestra cabaña a unas hermosas cascadas, dignas de un jardín del edén.


Una vez en Santiago y aprovechando que aún me quedaban algunos días de vacaciones, decidí que todos los días me acostaría tarde por las noches trabajando en el computador y que también me levantaría tarde.

El viernes 26 de febrero durante la noche, trabajaba en una reseña para Bolsi & Pulp. Cuando eran poco más de las 3:15am del sábado 27 el sueño comenzó a cerrar mis ojos.

Pensé que ya era hora de dormir, apague el computador, ordene mis cosas y bebí un vaso de soda antes de ir a la cama.

Cuando recién me estaba acostando, comenzó a oírse un ruido muy curioso. Por un momento me pareció que se trataba de un taladro. Encendí la luz y mi reloj marcaba las 3:30am con algunos segundos.

¿Era posible que a esa hora algún vecino estuviera realizando trabajos con taladro en su casa? Eso era casi imposible. Luego me di cuenta, que el sonido no venía de la casa de ningún vecino… ¡Venía del suelo! ¡Venía de la tierra!

Casi inmediato de darme cuenta de esto, el ruido cesó y una aparente calma reino por unos breves instantes. Mi reloj marcaba las 3:31am y fracción.

Y entonces, otro suceso comenzó a inquietarme. Las aves que tengo de mascotas (una simpática lorita y una pareja de catitas australianas) y que tienen sus jaulas a un lado de mi habitación, comenzaron a emitir furiosos y desesperados gritos que se prolongaron por cerca de un minuto, para luego permanecer en el más absoluto silencio.

Sinceramente esto último me dejó muy preocupado ¿Por qué tenían susto las aves? Ni siquiera podía imaginarlo. Muy extrañado me levante de la cama, pensando en ir a darle un vistazo a las jaulas. Cuando mi reloj marcaba las 3:33am y algunos segundos, comprendí todo lentamente.

Primero parecía un suave temblor, así que espere tranquilo a que terminase. Quienes me conocen bien, saben que no les temo a los sismos, puesto que se trata de cosas tan naturales como el viento, la lluvia o la nieve. Pero eso sí, siempre les he tenido mucho respeto, porque a la madre naturaleza nunca hay que mirarla en menos.

La madre naturaleza puede ser como una mujer hermosa y tierna en ocasiones, y en otras como una mujer malvada y vengativa, que se desquita con nosotros por el mal que le hacemos al planeta, destruyéndolo lentamente.

Así que los primeros segundos mantuve la calma. Mi reloj marcaba las 3:34am cuando comenzó el infierno.

El suave movimiento, se transformó en una horrenda sacudida, que me movía de un lado a otro. Pero lo más inquietante, era que cada vez se ponía más fuerte y parecía que nunca iba a terminar.

Luego comenzaron a caer todas las cosas de mis estanterías. Entonces me dí cuenta que no era un simple temblor, sino un terremoto, el más fuerte terremoto que he sentido en mi vida.

Mis colecciones de CD y DVD parecían llover sobre mi cuerpo. Mis dos bibliotecas parecieron cobrar vida y ante mis ojos volaban las novelas de Curtis Garland, Ralph Barby, Silver Kane y tantos otros autores, que han llenado mi vida de aventuras.

El ruido continuaba cada vez más fuerte. Luego vino el corte de luz, mi preocupación se convirtió en miedo y no me avergüenza reconocerlo, vivir un infierno y además a oscuras es algo que no se lo doy a nadie.

Un escalofrío empezó a recorrer mi cuerpo, pensando que nuestra casa quizás no resistiese el terremoto, y la perspectiva de que mi familia y yo podríamos quedar enterrados vivos bajo partes de nuestro propio hogar, me producía un enorme dolor estomacal.

Desde mi habitación escuchaba como por el resto de la casa se rompían objetos, era un cocktail de ruidos variados: cuadros, vasos, platos, botellas, vidrios, etc... El sudor recorría mi cuerpo y sentí un miedo mayor que cuando leí completo el libro Volterror de Lou Carrigan.

Y la cosa parecía no tener fin, cada vez más fuerte, cada vez más implacable.


CONTINUARÁ…